domingo, 18 de diciembre de 2011

Todos locos



Estaba yo uno de esas noches en que duermes con una cosa al lado y te lo estás pasando tan bien que prolongas hasta bien entrado el día siguiente. Entre pelea y pelea, hubo un momento que decidimos cambiar de ring y seguir con la lucha en la bañera. Fue entonces cuando surgió un contratiempo que salí a solucionar ignorando que cuando volviese, iba a abrir la puerta para ver a la cosa duchándose y sonriéndome de una manera pluscuamperfecta. Sin saber exactamente por qué, al encontrarme esa escena tuve uno de esos microsegundos en que te saltas un latido. Uno de esos en los que se te pasan pensamientos por la cabeza que no has visto venir, dos millones de frases súper rápidas que acaban en un: qué afortunado soy ahora mismo y cómo es posible que esta persona haya conseguido que quiera darlo todo por ella.


Límpiate la pota y sigue leyendo.


Una de las muchas cosas que aprendí en mi microsegundo es que la primera diferencia entre la felicidad y la desgracia es que la felicidad nunca se puede ser predicha. Y en mi afán de destripar teorías populares hoy me veo obligado a apuntar con el dedo a todos los que afirman que están solos porque es mejor que estar mal acompañado, porque toda la gente esta loca. Lo gracioso es que todo el mundo dice que todo el mundo esta loco. Estas navidades te voy a regalar una tiza para que traces una línea entre los locos y los cuerdos y así me aclares qué es más disfuncional: estornudar dos veces en la primera cita o rechazar a alguien por hacerlo. Porque si te hablo de cómo era la cosa que estaba esperándome en la ducha alucinarías, y sin embargo eso no impidió que me haya hecho adicto a esos malditos microsegundos. 

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