domingo, 23 de septiembre de 2012

Colisión



Anoche estuve pintando un mapa de carreteras, porque de alguna manera tienes que encontrar una guía en estos tiempos tan oscuros, propios del dominio de Slytherin. Al volver sobre tus propios pasos es fácil detectar un patrón que se repite entre cruces, pasos de diferentes peatones y semáforos que se abren y se cierran. Y me di cuenta de que parte del peaje de estar vivo es no ver el final, porque nunca sabes cuándo te vas a encontrar por última vez con alguien, lo cual es una suerte. Nunca he creído en el disfrute de la última cena: es imposible sentir cuando estás tratando de atesorar segundo a segundo en tu memoria lo que estás viviendo bajo el conocimiento de que no vas a volver a vivirlo. Afortunadamente la vida no te da la oportunidad de despedirte, y donde unos ven una espina clavada eternamente yo veo un finiquito en la plenitud de una relación. El mejor ejemplo somos tú y yo sin duda: hace tiempo tuvimos un accidente en un cruce, conduciendo en direcciones opuestas. La colisión estaba perfectamente justificada, porque era la primera vez que pasábamos por allí y no conocíamos bien el barrio. Parecía que la serendipia nos rendía un homenaje en un primer contacto, hasta que llegó el momento de firmar los papeles del seguro y nos dimos cuenta de que seguros estábamos, pero no de las mismas cosas. Ambos pensamos que el que tenía que ceder era el otro, así es que volvimos a la charla agradable del principio para obviar la discrepancia y fuimos retomando la dirección que llevábamos sin despedirnos, sabiendo que a veces la perfección es incorrecta. Cuando paso por esa calle todavía recuerdo el ansia por ponerle un punto final a nuestro encuentro de manera oficial, pero hoy sé cual es el barrio que tú frecuentas y al compararlo con el mío me doy cuenta de lo irreconciliable de las posturas entre dos personas que no hablaban el mismo idioma, entre dos personas para las que "adiós" no significa lo mismo.

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